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La Revolución Brasilera y el Socialismo Democrático

Jeomark Roberto
Militante do movimento popular brasileiro,
formado em Teoria Política Latino Americana pela
Escola Nacional Florestan Fernandes.

La barbarie que vivimos actualmente en nuestro país es el resultado de una decisión política que determino los últimos 40 años de una generación de izquierda que milito en torno a la perspectiva reformista.

Las pistas para entender eso están en el Brasil de hoy, que vive las sombras de lo que ha sido llamado de “genocidio” de la población negra y “fascismo”. Sin embargo, solo tendría sentido hablar de genocidio y fascismo como prácticas establecidas dentro de una política de Estado y de la burguesía brasilera. Para entender mejor, es necesario rescatar algunos conceptos y prácticas históricas, agregando todavía un tercer y cuarto término, teniendo en cuenta que el análisis del capitalismo en Brasil pasa no solo por la categoría económica, sino también por su concepción estructurante de “racismo” y de “patriarcado”.

Las reformas base y la izquierda revolucionaria

No es posible analizar la historia reciente sin el período de turbulencia política vivido en las décadas de 1950 y 1960, que marco la demanda y el apoyo del movimiento popular al gobierno progresista del presidente João Goulart, que se propone realizar las llamadas reformas de base: reforma agraria, ampliación del acceso a las universidad, garantía de trabajo e ingresos, distribución de riqueza, entre otras.

El golpe diseñado por una burguesía autoritaria y reaccionaria puso fin a ese proyecto en un momento en que la izquierda brasilera era guiada por la construcción del socialismo a partir de tres presupuestos: construcción de la revolución brasilera, toma del poder político por los trabajadores (para hacer las reformas de base necesarias) y construcción de una nueva sociedad.

La burguesía no solo interrumpió el plan de Jango, sino que detuvo, torturó, ejecutó y desapareció los cuerpos de los principales dirigentes revolucionarios en el medio del enfrentamiento militar que colocó, de un lado, a la Dictadura del Estado burguesa brasilera, y del otro, a la Izquierda Revolucionaria, con sus acciones militares, que fracasaron en ese proceso.

En paralelo, más precisamente en la década de 1970, durante la “distracción” del Estado con el enfrentamiento armado, un movimiento de reorganización de la clase trabajadora surgió en los barrios y periferias y también a partir de sindicatos, basada especialmente por la Teología de la Liberación, liderada por militantes relacionados a las Iglesias Católica y Protestante. Mientras el Estado estaba determinado a sofocar y eliminar la Izquierda Revolucionaria, no conseguía dialogar con la gran masa de trabajadores brasileros a través de su acción armada y de agitación política.

Al mismo tiempo en que surgia como sujeto político importante, esa clase trabajadora negaba el papel de los negros, de las mujeres, de los indígenas y los movimientos LGBT, retirándoles espacio y poder de decisión en este proceso, algo que se refleja en la formación cultural y en la constitución ideológica de la clase dominante, así como la no integración de esos sujetos en las dimensiones política y económica del Estado burgués.

Entre la revolución y el socialismo democrático: la lucha de los obreros y el sindicalismo como práctica política

La reorganización de la clase trabajadora finalizó en la huelga de 1978, la cual marco el ascenso de la lucha que determinó la construcción de un nuevo período, en negación al proceso anterior, [guiado] por la construcción del socialismo desde la revolución brasilera con la toma del poder.

Ese periodo tuvo inicio en la década de 1980 con la influencia de diversos movimientos que surgían y resurgían, teniendo como principal sujeto a la clase operaria metalúrgica, química y petrolera, -situada, principalmente, en la región de Grande ABC Paulista-, como también otros sectores de la clase trabajadora organizada, como los movimientos de mujeres, negro, LGBT e indígena, que surgían con fuerza importante para la lucha política en Brasil.

La crisis económica y política vivida en ese período posibilitó que la Dictadura fuese cediendo,

de a pocos, a las demandas de los movimientos de trabajadores, según lo planeado por los propios militares, liderados por su ideólogo, el general Golbery de Couto y Silva. A partir de un plan de apertura lenta y gradual, esa Dictadura dio lugar a una democracia burguesa que, a su vez, determinaría el rumbo de la política y las bases para la construcción de un Socialismo Democrático [por una parte de la] Izquierda Hegemónica.

Esta concepción es muy importante que entender los días de hoy porque [el mismo] Socialismo Democrático que está presente en la fundación del Partido de los Trabajadores (PT) 1 es también la tesis que guio hegemónicamente la izquierda brasilera durante los últimos 40 años en que las luchas, inclusive las más radicalizadas, fueron construidas dentro de los marcos de legalidad del Estado burgués, como las Directas, Ya, de la Constituyente de 1988 y de la disputa electoral en 1989, todas marcadas por la concepción de ese espacio institucional del Estado. En ese momento el PT ya había acabado con los núcleos de base y pasó a organizarse a través de representaciones.

Todo ese proceso sucedió bajo la lógica de autofinanciamiento de la izquierda. La derrota en las urnas en 1989 y una nueva crisis económica abrieron un nuevo ciclo en que el sector metalúrgico de ABC dejaba de determinar los rumbos del Partido de los Trabajadores. Entre 1989 y 1992, la esfera bancaria asumió ese lugar, pasando a determinar las nuevas directrices de esa militancia hegemónica.

A partir de 1994, el Partido de los Trabajadores pasó a recibir recursos también de empresas, contratistas y grandes corporaciones capitalistas para financiar sus campañas electorales, lo que colocó el debate dentro de la propia estructura partidaria y de la izquierda hegemónica sobre las implicaciones de este tipo de relación entre una organización de trabajadores y la burguesía, en este caso, el patrón.

Disminución del ascenso de los obreros y aparición de nuevos sujetos

El descenso de la lucha de clase trabajadora metalúrgica, química y petrolera tuvo su inicio en 1995 con la huelga de los petroleros, que fue derrotada políticamente, económicamente y militarmente, con una dura represión del Ejército y una campaña institucional del Estado.

En medio de este declive, surgió un sujeto político de la clase trabajadora el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), cuyo papel fue preponderante para repensar los procesos de formación política, organización y luchas populares, a pesar de que el Partido de los Trabajadores mantiene su hegemonía y gran base popular.

El movimiento popular comenzó a rediscutir el trabajo de base de la organización popular en los barrios, movimiento que dio origen al Plebiscito Popular sobre a la Deuda Externa, en el 2000, y el Plebiscito Popular sobre el ALCA, en el 2001, este último alcanzando 10 millones de votos en todo Brasil y lidera un debate económico, desde la perspectiva de la soberanía popular contra al imperialismo en el mundo. Aun así, este proceso estaba dentro de los límites de la democracia burguesa.

En el inicio del siglo 21, una nueva crisis económica y la ausencia de un nombre de la burguesía posibilitaron la elección de Lula, en el 2002. La Carta al Pueblo Brasilero fue una clara señal a la burguesía nacional e internacional acerca del compromiso de aquel gobierno con los acuerdos establecidos durante los gobiernos anteriores, consolidando de una vez la construcción del Socialismo Democrático a partir del Estado burgués, sin la realización de cambios estructurales. Ese intento de “conciliación de clases” duró muchos años, sin embargo, es importante, para el pueblo brasilero en lo que se refiere al avance de algunas agendas.

Reformas de base: la ilusión de las políticas públicas

Para el bloque popular, al contrario, la elección de esa izquierda hegemónica representó la gran esperanza de las reformas estructurales del Estado brasilero planeadas por el presidente João Goulart y que permanecieron en el imaginario colectivo de parte de la izquierda brasilera. Una esperanza, tal vez ingenua, ante un gobierno electo por el clamor popular, e vã, en la medida en que esas reformas nunca llegaron, a no ser que fueran travestidas de políticas públicas.

Tales políticas, apenas paliativas, fueron posibles dentro del proceso de “conciliación de clase” en que la burguesía abrió ciertas conceciones y derechos a la clase trabajadora: como las cuotas para el acceso a estudiantes negros en las universidades públicas, ampliación (parcial) de las universidades públicas, ampliación del acceso a la educación superior a través del financiamiento público (que permitió que una gran masa de jóvenes trabajadores fuese absorbida por las universidades privadas), distribución de ingresos (pero no de riqueza) a través de la Bolsa Familiar (lo que posibilitó que 54 millones de personas salieran de la línea de la pobreza) e independencia económica de las mujeres.

Esa distribución de ingresos, realizada a través de la concesión de crédito con la finalidad de mover la economía, haciendo que las personas comprasen más y posibilitando una producción mayor para suministrar la demanda del mercado interno debido al mayor poder de compra de los trabajadores, creo la ilusión de la distribución de la riqueza a partir de la inserción de los trabajadores en el circuito de mercado.

Nótese que ese proceso tiene poco que ver con una reforma estructural del Estado en su concepción económica, política, militar y judicial, dado que no cuestiona la ganancia de los bancos de las grandes empresas, no democratiza la comunicación y no disuelve los aparatos policiales, tan importantes en la determinación del aparato ideológico y del control social del Estado, y no realiza la reforma agraria, dejando de enfrentar a la estructura fundiaria y oligárquica que marcan las relaciones de poder de la burguesía rural brasilera, intrínsecamente ligada al capital financiero.

De esta forma, es emblemático que este gobierno que se dice progresista haya posibilitado la implementación de pautas reaccionarias, como la creación de la Fuerza Nacional de Seguridad, vinculada al Ministerio de Justicia, y de la ampliación de la fuerza militar del Estado, incluyendo el envío de tropas de las Fuerzas Armadas a Haití para contener las revueltas populares.

Con las crisis económica del 2008, la burguesía se ve imposibilitada de mantener las concesiones a la clase trabajadora para no perder sus ganancias. Al final, alguien tenía que “pagar la cuenta”.

Para frenar la crisis, el gobierno crea el Programa de Aceleración de Crecimiento (PAC), que invierte en construcción de megaproyectos, como parques olímpicos, estadios de futbol, grandes presas, emprendimientos en los sectores naval, aeroespacial, industria de base, construcción civil, finalmente, un proyecto que tenía como objetivo a generación de trabajo y empleo para hacer girar la economía. El termino neo-desarrollismo paso a ser usado por analistas económicos para nombrar esta práctica de respuesta coyuntural del Estado a las crisis cíclicas del capitalismo, algo que parece equivocado, teniendo en cuenta que [ella] no estructura un real desarrollo autónomo e independiente de largo plazo.

Fin de la “reconciliación de clases” y las agendas reaccionarias

Brasil empezó a sufrir las consecuencias del quiebre de la burguesía con la “conciliación de clases”, representadas por un proceso de desmantelamiento de las políticas construidas en los últimos años.

Las perdidas, principalmente salariales, de la clase trabajadora comenzaron a generar una insatisfacción que se vería reflejada en [pautas] como el precio de las tarifas del ómnibus, por ejemplo. El debate sobre el derecho al transporte público y de los impactos del valor de la tarifa en los ingresos de los trabajadores, formales e informales, ganó al país a partir de la constitución de un movimiento de jóvenes, que fue duramente reprimido por los aparatos del Estado (media y policía), comprometido con sucumbir cualquier manifestación popular. Ese proceso se sumó a un escenario de turbulencia política vivido en toda América Latina, con golpes en países como Honduras y Paraguay y muchos intentos en Venezuela.

Las emblemáticas manifestaciones en Brasil en el 2013, así como los períodos de la Copa del Mundo y de las Olimpíadas en el país (2014 y 2016), fueron escenarios de manifestaciones masivas altamente reprimidas por la Política Militar y por la Fuerza Nacional de Seguridad. La Ley Antiterrorista, creada durante el gobierno llamado progresista, inicialmente enmarcaba como terroristas a los movimientos populares, artículo este que fue retirado de la legislación después de mucha presión de los movimientos y organizaciones partidarias de izquierda.

Todo ese proceso derivo en un sentimiento [que se extendía] en el mundo desde 200, iniciado principalmente, por movimientos autonomistas contra los Foros Económicos, que no veían en la izquierda institucionalizada una salida para romper con el modo de producción capitalista. Ese movimiento comenzó a reflejarse también en Brasil, en redes y colectivos como el Foro Social Mundial y Acción Global de los Pueblos, y en la radicalidad de las acciones en las calles, que [pasó a ser] vehementemente criticada por la izquierda hegemónica.

De un lado estaba una generación de jóvenes trabajadores nacida en el final de la década de 1990 que no se veía representada y emergía como sujeto huérfano de dirección, formación y organización política, viendo en la radicalidad del movimiento autonomista una manera de expresión contra el status quo y la posibilidad de realizarse como sujeto político. Del otro, una izquierda hegemónica e institucionalizada que, en defensa de la legalidad y del respecto a las instituciones, criminalizaba la radicalidad de jóvenes trabajadores insatisfechos con la política.

Al elegir ponerse fuera de la disputa ideológica, política y organizativa hecha por esa masa de trabajadores en la perspectiva de las transformaciones sociales y populares en Brasil, esa misma izquierda hegemónica cedió espacio para una extrema derecha, que percibió la potencia de esas revueltas y secuestró la narrativa y el propósito revolucionario.

Autocrítica como la construcción de una izquierda revolucionaria

En aquel fatídico 2013, en la Avenida Paulista, símbolo del capital brasilero, la izquierda fue expulsada con sus estandartes y banderas ‘bajo golpes’ por los neonazistas y neofascistas, que asistieron a las manifestaciones en bloques organizados.

El episodio fue un pre anuncio del golpe que estaba por venir. La izquierda brasilera se vio impedida de seguir organizando la lucha por las libertades democráticas, incluso dentro del espacio de la democracia. Las calles, que durante tantos años fueron escenario de las luchas de los trabajadores brasileros, se convirtieron en objetivo de una extrema derecha organizada en torno a un discurso de odio, homofóbico, misógino, racista y xenofóbico radicalizado y travestido de libertad de expresión.

La derecha ocupó justamente ese espacio de radicalidad abandonado por la izquierda cuando optó por el camino de la institucionalidad en detrimento de la construcción de la revolución brasilera por medio de la toma del Estado. Hace 40 años, esa misma izquierda viene intentando realizar los cambios estructurales necesarios por la vida del poder ejecutivo, dedicándose integralmente a la construcción de candidaturas populares y teniendo como única estrategia y objetivo el gobierno institucional. Como la historia ya demostró, eso no es posible. [Osando hacerlo] en alianza con la burguesía, en 2016, esa izquierda hegemónica y el conjunto del pueblo brasilero sufrieron un golpe.

Estamos, por lo tanto, frente a un dilema. Si nuestra respuesta como revolucionario a los desafíos que están colocados siguen siendo las próximas elecciones, continuaremos cayendo en el mismo error de los últimos 40 años. En vez de eso, es necesario y urgente pensar el proceso de transformación a partir de la clase trabajador y de los movimientos populares, rescatando la perspectiva interrumpida en 1969, con el golpe militar, de construcción de la revolución brasilera por la vía de la toma del poder y de la construcción del socialismo.

Algunos procesos importantes comienzan a aparecer en América Latina, como el caso de Venezuela, la propuesta de Revolución Bolivariana y, en Chile, la reanudación de la fuerza del movimiento popular que se da justamente por romper con la idea reformista, colocando en el centro de la política dos sujetos históricos importantes (las mujeres y los pueblos Mapuches) y la disputa institucional como táctica y no más como estrategia.

Esa misma autocritica precisa ser hecha en Brasil y no por el Partido de los Trabajadores, como dicen, sino por la izquierda en su conjunto porque hasta los sectores que defienden la construcción de la revolución brasilera fueran “devorados” por esa izquierda que hegemonizó e influenció la institucionalización de las luchas dentro de la democracia burguesa.

Repensar este proceso es colocar en la centralidad del debate de la construcción de la revolución brasilera, la toma del poder y la construcción del socialismo, no como mera retórica, e incorporar a la clase trabajadora, a las mujeres, los negros, los indígenas y las personas LGBTQI+, en fin, todos los sujetos de la clase trabajadora que tuvieron su papel negado a los largo de la historia.

1 El Partido de los Trabajadores es una asociación voluntaria de ciudadanos y ciudadanas que se propone luchar por democracia, pluralidad, solidaridad, transformaciones políticas, sociales, institucionales, económicas, jurídicas y culturales, destinadas a eliminar la explotación, la dominación, la opresión, la desigualdad, la injusticia y miseria, con el objetivo de construir un socialismo democrático.

6 comentarios en «La Revolución Brasilera y el Socialismo Democrático»

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