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Presentación – IO Edición #4

Los textos que presentamos a continuación surgen del espacio de formación política “Recuperar la utopía: Debates para un proyecto de nación” organizado por Jóvenes ante la Emergencia Nacional y la Fundación para la Democracia. Una serie de encuentros en torno a los proyectos alternativos de nación desde las izquierdas.

Partimos de un diagnóstico común: un país devastado por la violencia estatal y paraestatal, cubierto de impunidad y en proceso de absoluta militarización. Un país que se sostiene económicamente a través de la estrecha dependencia con el mercado norteamericano y sumido a sus exigencias políticas, militares y territoriales. Un gobierno disfrazado de progresismo  cuya única transformación evidente es la simbólica (en cierta medida), ya que en términos estructurales y de garantías mínimas de supervivencia de la población, continúa con las dinámicas de sus predecesores. Por otro lado vivimos una atomización de las expresiones de políticas de izquierda, marcadas por dos tendencias, una encasillada en la real politik y en constante esfuerzo por querer mostrarse como la única existente y al mismo tiempo como centro; mientras que otra muy debilitada, fragmentada, estigmatizada y criminalizada por el Estado. Y por último, diversas resistencias que brotan por todos los rincones del país y que han logrado en muchas oportunidades frenar momentáneamente megaproyectos y despojos de todo tipo, aunque sin planteamientos nacionales y sin coordinaciones que en lo inmediato puedan plantear salidas colectivas para la liberación del pueblo mexicano.

El primero de estos encuentros tuvo por invitados a dos exponentes de distintas corrientes y visiones de la izquierda: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Gilberto López y Rivas. Sus reflexiones, junto con las de otras experiencias de lucha que participaron del mismo, pusieron en el centro varios de los problemas que nosotrxs consideramos fundamentales hoy: ¿Qué hacer con el Estado? ¿Cómo pensar la autonomía en clave nacional? ¿Estado y autonomías, poder y comunidad, son elementos antagónicos a la hora de pensar en una transformación radical del país?

Por un lado, Cárdenas nos habló desde una izquierda identificada con el pasado revolucionario de principios del siglo XX, constructora de un nacionalismo popular ligado a una visión democrática, redistribucionista, de defensa de la soberanía nacional y sus recursos. En esta mirada está presente el legado de Lázaro Cárdenas (general revolucionario y presidente entre 1934 y 1940) y la expresión popular de un pueblo que continuaba con las armas en la mano y que peleaba por realizar tareas frustradas en las pugnas revolucionarias de las dos décadas atrás.

De esta forma, la visión de Cuauhtémoc Cárdenas está ligada a comprender los elementos que sostienen al país, tanto en términos económicos como sociales; y a pensar las formas de un desarrollo nacional ligado a las necesidades de los sectores populares y a las posibilidades de progreso en términos de soberanía e independencia  de los intereses norteamericanos o transnacionales. Son reflexiones orientadas a preguntarnos no sólo por los qué, sino en los cómo, asunto que la izquierda en general ha dejado de lado. Comprender la complejidad del funcionamiento de un país es tarea también nuestra: no para incubar una izquierda parasitaria del Estado, sino para alimentar la visión de que realmente podemos gobernarnos. Y eso sólo se podrá si conocemos de fondo sus engranajes y si nos proponemos realmente transformar la realidad, planteando soluciones prácticas y nacionales. 

Por otro lado, López y Rivas propone un perfil de análisis ligado al ejemplo de las comunidades autónomas zapatistas en Chiapas, y a su estructura organizativa: el Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Según esta mirada, la experiencia neozapatista propone un orden civilizatorio completamente opuesto a la modernidad capitalista occidental. Las formas originarias, indígenas de gobierno organizan la reproducción de la vida social a través del reparto común, de las decisiones colectivas y horizontales, y de un vínculo orgánico con la naturaleza y el territorio. Aunque olvidado y asediado, este legado de cultura ancestral e indígena, pervive inclusive hasta en la cotidianeidad de la vida en las colonias populares de la Ciudad de México. La existencia de muchas comunidades autónomas que resisten, debería ser parte de una estrategía para echar a andar un proyecto político nacional.

Para nosotrxs, para las izquierdas y las resistencias de este país -y por qué no de toda la región- estas visiones deben ser insumos fundamentales para acabar con las injusticias y construir una realidad liberadora. Reconocemos, en ambas miradas, dos trayectorias históricas de nuestro pueblo, la del Ejército Libertador del Sur y la del gobierno cardenista.

En su Plan de Ayala, una declaración de guerra acompañada de un proyecto político concreto, Zapata y sus compañerxs expusieron en 1911 las bases de lo que sería un modelo económico y social emancipador: se declaraba la restitución de las tierra, los montes y las aguas usurpadas desde la época colonial; se ordenaba la confiscación de los monopolios económicos (conformados por haciendas azucareras, comercializadoras y grandes empresas “transnacionales” exportadoras) y su consecuente nacionalización de los bienes del enemigo para la creación de empresas nacionales que satisfagan las necesidades básicas de los pueblos; y por último la conformación de un gobierno nacional compuesto por una junta de los principales jefes revolucionarios que nombraría un presidente interino y convocaría a elecciones nacionales.  

Este proyecto -que no fue el que se plasmó en la Constitución de 1917- pudo ponerse en práctica en el territorio suriano a partir de 1915, cuando los zapatistas fueron expulsados de la capital. Adolfo Gilly la llamó “Comuna de Morelos”. Se nacionalizaron las haciendas y se pusieron en funcionamiento como fábricas nacionales. Se escribieron las leyes populares de organización municipal y se dejó por escrito las bases de la emancipación de las mujeres (derecho universal al divorcio, nombramiento de mujeres generalas, igualdad ante la ley y organización de espacios gremiales femeninos). Se fundaron escuelas nacionales en los territorios más recónditos del campo suriano. Con el objetivo de defender y expandir los sentidos de la revolución, se crearon y multiplicaron por todos los municipios las juntas de reformas revolucionarias y las asociaciones defensoras de los principios revolucionarios. Todo esto en manos de campesinos indígenas: aquellos que siguen apareciendo en la historia oficial y en el discurso actual como “los pueblos atrasados que no quieren cambiar”, como la piedra en el zapato para el supuesto desarrollo. 

A pesar de la incansable persecución, hostigamiento y exterminio, los pueblos rebeldes continuaron defendiendo su proyecto revolucionario con las armas en la mano. Inclusive frente al asedio imperial, Zapata y su bola llevaron adelante distintas campañas internacionalistas. Ante el triunfo de la revolución bolchevique, Emiliano le escribió a Jenaro Amezcua, su corresponsal en La Habana, una carta que éste último decidió publicar el primero de mayo de 1918. Un fragmento decía así: “Mucho ganaría la humana justicia si todos los pueblos de nuestra América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México revolucionario y la causa de la Rusia irredenta, son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos…”.

El general Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia de la república en 1934 y durante su sexenio los sectores populares se lanzaron a hacer valer las demandas que el Estado posrevolucionario no cumplió. Cárdenas respaldó y animó desde el Estado las luchas y resistencias de lxs de abajo, alimentando a su vez las contradicciones propias del vínculo gestado entre el gobierno y las organizaciones sociales. 

Es cierto que hubo momentos de mayor radicalidad: la expropiación petrolera decretada el 18 de marzo de 1938, por ejemplo, recuperó la soberanía nacional sobre los hidrocarburos -demanda planteada antes por los zapatistas-. Esta medida histórica tuvo un marcado carácter antiimperialista y tuvo como detonante la lucha de los trabajadores petroleros. En la misma sintonía se trazó la expropiación y nacionalización de los ferrocarriles. También se instauró una insignia fundamental del gobierno cardenista -y del Estado mexicano en general-: la ayuda internacional con los exiliados republicanos españoles, quienes tuvieron que abandonar su país debido a la Guerra en su país y el ascenso de los fascismos en Europa. El internacionalismo revolucionario de Cárdenas -muy distinto a la pantomima que el gobierno de Echeverría quiso mostrar en los 70- quedaría reforzado años después con su apoyo a la Revolución Cubana (y su simbólico gesto de querer alistarse en el ejército cubano para combatir a la invasión norteamericana de Bahía de Cochinos). En materia educativa, el impulso de la educación socialista, la creación del Instituto Politécnico Nacional y la consolidación de las Normales Rurales fueron elementos políticos de enorme complejidad y de apuesta por un orden distinto -y que aún perviven como espacios de radicalidad y de disputa política-. Pero sin dudas, la aplicación, profundización y expansión de la reforma agraria fue el eje político y económico central. Desde su campaña electoral, en sus recorridos por el país, Cárdenas observó que la demanda de tierra de millones de campesinos, muchos de ellos combatientes o descendientes de quienes pelearon en la Revolución, seguía sin cumplirse, aún cuando ya habían transcurrido casi dos décadas de haberse promulgado la Constitución de 1917. Hasta antes de su mandato, los repartos nunca habían sido considerados para su ejecución efectiva, sino como instrumento de control y dominación del campesinado. El gobierno de Cárdenas postuló la inmediata acción en contra del latifundio de las grandes haciendas y propició el desarrollo integral del campo y los ejidos, incluyendo políticas de crédito agrícola, irrigación, educación, organización campesina y colectivización de la tierra. El reparto agrario constituyó un muro de contención al desarrollo capitalista de la agricultura y a la concentración monopólica de tierras que se venía desarrollando desde la Colonia. 

Ambos proyectos políticos siguen presentes en las miradas políticas de las izquierdas en México y en los sectores populares. Hay quienes reivindican uno u otro, hay quienes los ignoran por completo y hay quienes buscamos pensar síntesis que retomen, de alguna u otra manera, ambas expresiones en pos de la construcción de un proyecto nacional, soberano y popular. Sin embargo, nos quedan inquietudes que no serán respondidas por las exposiciones que a continuación se leerán, mas nos dan pistas para seguir pensando lo que sigue: ¿Hay forma de que el ejemplo neozapatista se replique en todo el territorio mexicano? ¿El Estado es el problema o es cómo y quiénes lo administran? ¿Cuáles son los problemas nacionales y cómo la izquierda se ha planteado históricamente resolverlos? ¿Cómo haremos que el bien general, el bien común, abarque a todo el pueblo mexicano, incluso al que habita en los barrios pobres de las periferias, al borde de la frontera, al igual que el que vive en las costas y en las laderas de los volcanes? Si luchamos por la transformación de nuestro país ¿qué nos imaginamos que podemos construir?

17 comentarios en «Presentación – IO Edición #4»

  1. Presentacion – IO Edicion #4

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