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Los imperios ¿se caen?

Julieta Mellano

Repasar las huellas del pasado para comprender un poco mejor los caminos trazados es, en otras palabras, conocer qué herencias cargamos y cuáles dejamos, qué Historia nos han contado y qué historia nos han ocultado. Por eso hacernos la pregunta sobre lo histórico de este momento nos lleva inevitablemente a preguntarnos por el origen de algunos términos que se han vuelto sentido común en nuestra actualidad.

Estos últimos días y semanas se ha hablando mucho de la inminente caída del Imperio. Inclusive algunxs se animaron a hacer un paralelismo con eventos históricos que en el imaginario colectivo representan una bisagra comparativa.

En una extensa entrevista sobre el futuro de occidente y el papel de China a la luz de la Pandemia, publicada por alainet.org (https://www.alainet.org/es/articulo/206685) el general retirado Qiao Liang concluye:

No es la primera vez que el hombre se enfrenta a una epidemia y no todas las epidemias provocan un cambio tan significativo. Para cualquier cambio, la causa externa es el factor desencadenante y la causa interna es el factor decisivo. Esta epidemia es sólo la gota que colmará el vaso de este ciclo de globalización y la fuerza motriz que lo impulsa.

Lo importante no es saber cuán terrible es la epidemia sino darse cuenta de que tanto los Estados Unidos como Occidente han tenido su hora de gloria y que ahora se han enfrentado a esta epidemia mientras se encuentran en declive. La epidemia llega en este momento global, e incluso si es sólo una ramita, puede romper la espalda del camello que ya tiene problemas para caminar. Esta es la razón la más profunda.

De hecho, es la misma razón por la que la antigua Roma se derrumbó gradualmente en el período posterior debido a su arrogancia y su extravagancia que finalmente condujo al colapso de su imperio.

El imperio romano dominó, en su época de mayor expansión, gran parte de lo que hoy es el territorio de Europa occidental y oriental, una importante fracción de Asia menor y el norte de África, orientado alrededor del Mar Mediterráneo. Su imperio en el lado occidental, con altas y bajas, se desarrolló durante más de 500 años. Nunca fue una dominación armoniosa, aunque muchos historiadores (y otras yerbas, como miembros de la OTAN y comandantes del Ejército Norteamericano y ex agentes de la CIA, que salen en los famosos y aparentemente inofensivos documentales de History Channel) digan que su gran capacidad de dominación residió en el importante consenso que los gobernantes romanos lograron construir con los pueblos dominados.

Aníbal y Cartago, Espartaco y los esclavos, los lusitanos y sus guerrillas al estilo vietnamita, los pueblos de Hispania, los Godos y los bárbaros (los que tenían otra lengua, los que balbuceaban, los nómades, los “incivilizados”) en general siempre estuvieron ahí, agitando las aguas, cuestionando la hegemonía romana, reforzando sus culturas y sus propias formas de autogestión. Lo cierto es que a pesar de esa inestabilidad constante, pocas veces aquellas revueltas abrieron cauce a otra cosa. Aún luego de la Batalla de Adrianópolis (en el año 368), la siguiente y famosa Marcha sobre Roma (que luego le dará el nombre a la entrada del fascismo con Mussolini en 1922) y la toma y saqueo de la capital del Imperio (año 410) por parte de los visigodos, nada de eso termina del todo de destruir la dominación imperial y -menos que menos- imponer un nuevo orden social.

Se dice comúnmente (y en cualquier entrada de manual escolar o artículo wikipedia) que el Imperio romano de occidente cayó en el 476 -casi 100 años después de aquella Batalla nombrada- porque ese es el año en el que, tras la última invasión de Atila (del pueblo de los Hunos, otro tipo de bárbaro, “sangriento, violento, depredador” y un montón de adjetivos que lograron hasta el día de hoy asociar su imagen al desastre), el último emperador romano depone su trono. Rómulo Augústulo, era su nombre; nombre simbólico que remite a la fundación mítica de Roma (y a su primer gobernante Rómulo) y a la del Imperio (Octavio, sobrino de César, que al asumir como el primer emperador, pasa a llamarse Augusto) y que de cierta manera le daba al gobernador de turno el manto sagrado de la civilización, herencia del famosísimo Julio César (y cuántas cosas hay en nuestro presente que remiten a este otro nombre). Todos símbolos propios de una cultura civilizatoria particular compartida e impuesta a la fuerza, que hasta el día de hoy por refranes, dichos populares, series de Netflix, reformulaciones teóricas de autores clásicos -y muchas otras cosas más interiorizadas y menos pensadas- son parte de alguna u otra manera de nuestra identidad en conflicto y contradicción.

Intrigas familiares, disputas intestinas por el poder, crisis agrarias, corrupción, levantamientos populares. Hay quienes lo resumen en: crisis del Estado-crisis de la esclavitud-crisis espiritual. Hay otros, con una visión crítica acerca del concepto de transición, que dicen que el eslabón débil del Imperio estuvo centrado en la propiedad de la tierra y la forma de extracción del excedente…una vez más en la historia. Sea lo que sea, ¿el Imperio cayó, como se cae una rama vencida o un vaso que quedó apoyado al borde de la mesa? ¿se vino abajo por una casualidad, un mal cálculo, por el tiempo? No. Así no funciona la dominación, ni tampoco las revoluciones. La dominación no tienen fecha de vencimiento ni las revoluciones hora del levantamiento. Al Imperio lo tumbaron un montón de factores, pero no desapareció de un día para el otro, más bien, no desapareció, se transformó en otra forma de dominación. Por lo tanto, y peor aún para el pensar de nuestro presente, aquella transformación (o caída, si queremos seguir utilizando el término sólo como referencia) no necesariamente significó la construcción de un mundo mejor.

Sí hubieron revueltas como las de la Nueva Galia o Hispania que lograron construir, a partir de una organización colectiva sostenida durante muchos años, un aparato político no jerarquizado que disputó a la dominación imperial. Sin embargo en la mayoría de los casos los sectores populares (campesinos, ya el sistema esclavista no era el principal modo de explotación) se rebelaron principalmente contra el aumento de los impuestos estatales (que obviamente afectaban muchísimo más a los pequeños propietarios que a los grandes) sometiéndose al patrocinio de la aristocracia, quién le ofrecía protección frente al Estado. Simplemente una forma antigua de clientelismo político a través de un referente que cuenta con recursos y defensa capaz de capitalizar el descontento popular. Una estrategia universal.

Esto no quiere decir que las cosas no pueden ser de otra manera. A eso nos han acostumbrado los cuentos de los vencedores. Sin embargo, conocer el pasado, nos permite cuestionar el relato oficial para tampoco repetir las ideas que nos convierten a los sujetos en objetos, y a los procesos en vasos vacíos que se caen por su propia peso.

En el caso romano la dominación se fue transformando paulatinamente en fundos más o menos grandes a cargo de señores (jefes militares) que explotaban de manera personal sus propias tierras. Los sectores populares continuaron bajo su ala, aunque ahora con una explotación personal bastante más servil. La transformación no condujo a mejoras en su condición laboral, ni se les otorgó las tierras que le correspondían, ni se le redujeron las cargas impositivas. La servidumbre se impuso en Europa durante siglos, aunque nuevas olas de descontento -alimentadas también por pandemias de otro tipo- minarían ese modelo de explotación. Lo que sigue, con algunas variaciones, se parece mucho al presente que habitamos.

Los imperios no caen, los tiramos los pueblos, los de abajo. La mediática decadencia de Estados Unidos, la aparente crisis fatal del capitalismo, el ecocidio que implicaría el fin de la humanidad y otros etcéteras, nos permiten pensar en un futuro distinto al estipulado. Pero ni EUA va a caer como el Imperio romano -que ya vimos que tampoco sucedió de esa manera- por su propio peso, ni existe crisis capitalista que implique el suicidio de su forma de explotación. Esa es una manera de seguir reproduciendo mitos que nos hacen espectadores de una gran debacle universal, y eso sólo sucede en Hollywood. Las revoluciones y sus proyectos son las protagonistas de ofrecer un final de serie distinto. Por suerte, la otra cara del mito nos ayuda a hurgar en el pasado hasta encontrar historias que nos permiten pensar que las cosas pudieron ser distintas.

Lo importante es saber construir una posteridad capaz de sostenerse en el tiempo, que no beneficie a los de siempre o mejore la suerte del grupo en el poder. Ahí está la clave.


Columna: La Caja de Pandora

Esta columna busca la genealogía de los mitos cotidianos para pensar qué de todo lo que explica nuestro mundo es real. La historia y el repaso del pasado son unas de las herramientas principales, aunque no las únicas. Comprender los contrasentidos de los mitos y aquellos saberes que impugnan -a veces silenciosamente y otras a los gritos- lo estático de la dominación, también es parte de esta tarea.

6 comentarios en «Los imperios ¿se caen?»

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