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Francisco Pineda Gómez

Francisco fue antropólogo y profesor investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Oriundo y devoto de su tierra natal, volvía casi todos los fines de semana a Taxco con los suyos. Con esa pasión y cariño que tenía por aquella zona de Guerrero, dedicó este último tiempo al rescate del relato de los trabajadores mineros que en aquella ciudad llevan adelante una lucha desde hace más de 12 años contra Grupo México y sus intereses expoliadores. “En este mundo, controlado por quienes se hacen ricos a costa del trabajo de nosotras y nosotros, nos enseñan a maravillarnos con las riquezas; a admirar a quienes las poseen; a anhelar ser como ellos (…) Y al mismo tiempo nos enseñan a ignorar a quienes con sus manos y sus vidas trabajan día a día, ya sea en una fábrica, en el campo, en el taller, en la oficina, en las calles y en las plazas, o como en este caso, en las minas”: así comienza el libro que contiene las entrevistas a aquellos luchadores invisibilizados que con tanta admiración y solidaridad Pineda, junto a otros compañeros y compañeras, realizó, compiló y terminó de editar hace apenas pocos meses.

Durante 30 años se dedicó a estudiar al zapatismo de comienzos del siglo XX, pero desde el punto de vista de la estrategia político-militar con el objetivo de demostrar la complejidad del movimiento insurrecto y los alcances que tuvo y que aspiraba construir. De la misma manera, se empeñó en discutirle al discurso oficial los relatos vacíos, racistas y estigmatizadores del Ejército Libertador del Sur y de su principal líder: Emiliano Zapata. Rescató, a partir de las entrevista realizadas por Laura Espejel, los relatos de los sobrevivientes que consideró fuentes históricas fundamentales, así como también realizó una rigurosa investigación científica (que incluyó desde la desclasificación de archivos del pentágono para demostrar la complicidad norteamericana en la contrarrevolución, hasta los miles de archivos propios del Ejército Libertador y del movimiento en general) que fue volcando en su tetralogía zapatista: La irrupción zapatista (1910-1911), La revolución del sur (1912-1914), Ejército Libertador (1915) y La guerra zapatista (1916-1919), esta última publicada recientemente.

Pero su pasión por el estudio de las revoluciones se había alimentado también de la experiencia que le dio el trabajo con Ruy Mauro Marini en el Centro de Documentación y Análisis del Movimiento Obrero en América Latina, donde participó activamente durante varios años entre las décadas del 70 y 90. La necesaria relación entre el estudio de casos, los análisis críticos sobre la coyuntura que atravesaba nuestro continente -y el llamado “tercer mundo”-, así como una participación política activa fue clave en su formación humana y así nos lo dejaba saber cada vez que nos contaba anécdotas sobre ese grupo, donde confluían distintas corrientes ideológicas nacional e internacionales.

Pineda no estudiaba el pasado para alimentar su erudición, tampoco le entregaba al poder de turno -en todas sus expresiones institucionales, académicas e intelectuales- sus conocimientos. Pineda estudiaba el pasado porque sabía que allí estaban las pistas de la forma que luego adquirió la dominación en este país, así como la radicalidad de las resistencias que surgieron desde entonces. Creía profundamente en la necesidad de que se luchase -así como Zapata y los suyos- por una liberación nacional y latinoamericana, y de esta manera compartía sus ideas, presentaba sus libros, exponía sus hipótesis en los espacios de lucha, en los centro comunitarios, con palabras sencillas, de pueblo, de cerca.

El 10 de abril de este año se cumplieron 100 años del asesinato de Zapata. No faltaron las invitaciones oficiales a que participara -junto a muchos otros intelectuales que hoy se encuentran haciendo de la historia un juguete del poder- de las conmemoraciones oficiales de todo tipo. Se negó a todas. Su profunda lealtad – historiográfica y política- a la memoria del zapatismo le impedía poner su experiencia al servicio del poder, que en nada se parecía al anhelo de los pueblos que lucharon ayer y hoy. Prefería sumergirse en las profundidades de Morelos para compartirle palabras a un grupo de niños y niñas de una escuela olvidada por el Estado o encontrarse con amigos y compañeros en algún centro cultural comunitario para denunciar el genocidio que perpetuó el Estado mexicano contra el pueblo zapatista y que se reedita en la actualidad con otras caras.

Ese era Pineda. Reticente a la cámara y a ser el centro de atención, practicante de la charla con café y cigarro, férreo enemigo del celular y del fetichismo de las cosas, solidario y humilde, amigo, compañero, guevarista mexicano y zapatista guerrerense. Así te recordaremos siempre.

1 comentario en «Francisco Pineda Gómez»

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