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#1 – El pensamiento del Che y los desafíos de hoy

  • por

Fernando Martínez Heredia

Enesto Che Guevara ha tenido una posteridad difícil, como suele ser el destino de los grandes transformadores de la sociedad y del pensamiento social. Ellos logran volverse tan autónomos respecto a la reproducción usual de la vida material e ideal que son capaces de ejercer una acción revolucionaria que desnuda y condena lo que parecía normal o inevitable, que exige o crea nuevas realidades, que hace nuevas preguntas y formula nuevos proyectos. Hasta cierto punto coinciden con las necesidades sociales, pero su grandeza personal reside en que, además de expresar esas necesidades, en buena medida son capaces, al satisfacerlas, de abrir nuevos caminos y plantear nuevas necesidades, desafíos y metas. Sobre tantas cualidades se levanta su conducción, su fascinación y su influencia duraderas.

La humana tendencia a volver a la normalidad –tan aprovechada por las formas nuevas de dominación- se vuelve en algún momento posterior contra esas grandes personalidades, y las considera molestas, ilusas o anticuadas. Vienen entonces los nuevos períodos de las sociedades y del pensamiento a echarlas a un lado y a roer su memoria, hasta que nuevas necesidades humanas y sociales agobiadoras se presentan, y exigen echar mano a lo valioso. Entonces vuelven los grandes, mientras se disuelven lo efímero y las modas; pero sólo pueden volver si existen nuevos actores y pensadores capaces de utilizarlos como base y como fuerza espiritual para llevar adelante tareas nuevas e ideas nuevas.

José Martí dijo una vez que el único hombre práctico es aquel cuyo sueño de hoy será la ley de mañana. Para ser realmente práctico, el Che elaboró y lanzó una propuesta de mucho mayor alcance que la estrategia revolucionaria ligada a las circunstancias inmediatas en que vivió. Como en el caso de Martí, la unión de su vida y su obra ha resultado, entonces, de un doble valor: son líderes políticos revolucionarios de su tiempo y son pensadores del orden futuro que debe lograrse mediante la praxis revolucionaria. La combinación es fulgurante; les asegura su grandeza permanente y su fuerza de convocatoria, pero también puede hacerlos peligrosos o molestos. Son demasiado revolucionadores frente a la mayoría de las perspectivas visibles o representables, pero, a la vez, son paradigmas de la revolución. Son poco aceptables para el reclamo de orden, viabilidad y respetabilidad que avanza después de las grandes conmociones sociales, para intereses de grupos que quieran predominar. Pero son, al mismo tiempo, piezas maestras del arsenal simbólico de la revolución y de su proyecto de futuro de mejoramiento humano.

Ernesto Guevara avanzó desde el estudio a la pertenencia a una organización y a la guerra revolucionaria. Tras el triunfo, participó en el poder revolucionario y en el impulso de los cambios más profundos de las personas y la sociedad. Y otra vez marchó a la guerra revolucionaria. Durante ese período, su pensamiento logró comprender problemas fundamentales, plantearlos y, hasta cierto punto, elaborar una concepción teórica que fuera un instrumento capaz de: a) servir a las prácticas necesarias y b) restituir al pensamiento revolucionario su función, indispensable para guiar las transformaciones y proyectar e imaginar el futuro. Al mismo tiempo, el Che libró una batalla intelectual que él entendía indispensable, no sólo para la práctica, sino también para el desarrollo de la teoría.

En la misma medida en que la revolución triunfante en Cuba en 1959 tenía la necesidad de romper los límites de una democratización política que permaneciera dentro de los límites del capitalismo neocolonial, y debía abrirle paso al pueblo como protagonista, el pensamiento revolucionario, para serle útil, debía romper dos cárceles: la del democratismo previo sin justicia social y sin proyecto nacional viable, y la del marxismo reformista y dogmático. En la gran revolución de los hechos y las ideas que se desató en Cuba entonces, Fidel fue la figura central, como líder político supremo y como educador popular. El Che, protagonista junto a él, emprendió también una tarea teórica que debía dar frutos mucho más avanzados que los correspondientes a la reproducción espiritual esperable de la vida social.

Desde el inicio, el Che se vio ante la necesidad de hacer la más profunda crítica de la modernidad, mientras luchaba junto a todos los demás cubanos en lograr que el país funcionara bajo el nuevo poder, y en poner al alcance de todos la satisfacción de las necesidades básicas más sentidas y otros avances que, en conjunto, pueden llamarse “modernizadores”.

La ideología y las teorías más en boga durante los años 60 en el llamado Tercer Mundo respecto a proyectos nacionales eran las del desarrollo, basadas en que la economía del país en cuestión alcanzara un determinado grado de suficiencia respecto a indicadores más o menos análogos a los de los países centrales del sistema capitalista. Por otra parte, la URSS proclamaba el mismo objetivo para ella, aunque expresado a su escala: “alcanzar y superar a los Estados Unidos”. Su política respecto al Tercer Mundo estaba determinada por sus intereses estatales, y ese país obtenía algunos beneficios del intercambio internacional desigual; consignas como la de “democracia nacional” eran ropajes para el trato con los sectores dominantes de algunos países. Lograr el desarrollo era, sin embargo, el anhelo de muchos millones de personas que estaban viviendo la descolonización en África y Asia, o el fortalecimiento del Estado y ciertos sectores de la economía en países de América Latina.

 

 

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