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#3 – De fantasma indomables y rebeldes con historia. Notas sobre el Centenario del asesinato de Emiliano Zapata

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A comienzo de 2019 en el Municipio de Villa de Ayala, el nuevo gobierno nacional declaraba a éste como el “Año del Caudillo del Sur”. Hacía pocos meses, se había creado la Comisión por la Memoria Histórica y Cultural, que depende exclusivamente de la Presidencia de la Nación, y está dirigida por Beatriz Gutierrez Müller, dejando en claro el peso que el pasado histórico tiene en la construcción oficial del discurso para el actual gobierno.

En aquel acto, el titular de dicha coordinación -Eduardo Villegas- afirmaba que Zapata representaba la lucha por un “nuevo orden social como lo estamos intentando hacer quienes formamos parte de la Cuarta Transformación” y Andrés Manuel López Obrador dedicó sus palabras a narrar el inicio del levantamiento campesino (“contra los abusos de los hacendados y por la defensa de sus tierras”) y el origen de Emiliano Zapata como dirigente del mismo, describiéndolo como tímido y de pocas palabras. En aquel relato identificó la lucha de Zapata con Francisco I. Madero, el “gobernante bueno con buenas intenciones” resaltando que el error fue no haber podido consolidar dicha alianza en el futuro. También aprovechó para anunciar los nuevos programas económicos para el campo y los jóvenes, y debió finalizar su discurso haciendo alusión a lo que minutos antes miembros de la familia Zapata y otros espectadores del acto habían denunciado: la suspensión de la Termoeléctrica de Huexca que en tiempos de campaña electoral López Obrador había prometido.

Desde entonces la distancia comenzó a trazarse. La respuesta del presidente fue ambigua, pero claramente iba marcando un camino: “tengo que meditar la suspensión porque el dinero invertido es de todos, y en caso de continuarse con dicha instalación los pobladores de Ayala estarán exentos del pago de luz”. Ya se veían los gestos de descontento del público presente, aunque era difícil adivinar el devenir de todo el proceso.

Lo que estaba claro era que, una vez más, la imagen de Zapata[1] sería vestida para la ocasión, y el Estado reconstruiría su propia analogía con el presente, logrando la identificación necesaria para el consenso dominante. Lo que la memoria popular pudiese responder a dicho relato, aún estaba por verse.

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Un mes después de aquel acto se anunciaba la consulta pública que se llevaría acabo en el estado de Morelos y Puebla en relación a la continuidad de la construcción de dicha Termoeléctrica. Desde entonces, había pocas noticias sobre el acto oficial que conmemoraría el Centenario del Asesinato de Zapata: la ex Hacienda de Chinameca había acelerado su reconstrucción -afectada, como la mayoría, por el sismo del 19 de septiembre de 2017- para ser anfitriona y sede principal del acto nacional; Tlaltizapán también esperaba la llegada de López Obrador -y con éste la promesa de invertir en los arreglos que el Museo del Cuartel General necesita- y una comida junto a algunos familiares de Zapata; Cuautla y el Monumento al señor del Pueblo imaginaba que dicha procesión del gobierno debía obligadamente pasar por allí. Tampoco el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México exhibía su programa de actividades y ninguna Universidad Nacional -tal y como Villegas había prometido- se hacía cargo del mandato. A dos meses de su conmemoración, los actos oficiales parecían un misterio que, aunque para algunos sólo mostraba cierta desproljidad producto de la transición de gobierno, daba cuenta del inicio de una crisis de legitimidad en torno a la apropiación de Zapata.

El asesinato de uno de los principales opositores a dicho megaproyecto, Samir Flores, a escasos días de comenzar la consulta, dio como resultado un escenario de inconformidad y rechazo por parte de las principales comunidades afectadas, que a su vez anunciaron que de hacerse el acto oficial en Chinameca se realizaría un boicot al mismo.

A partir de ese momento la reafirmación popular de la imagen de Zapata cobró vigencia y el Estado debió reestructurar su estrategia oficial para el acto que se celebraría el 10 de abril.

Finalmente el acto oficial se redujo a uno privado y selecto en Cuernavaca que inició con las palabras de Porfirio Muñoz Ledo, presidente de la Cámara de Diputados, quien se encargó de reubicar a Venustiano Carranza en el panteón revolucionario, junto a Zapata y Villa: “El punto de encuentro entre los dos proyectos es el artículo 27 y el 123 de la Constitución de 1917” y concluye: “La historia confluye generalmente en síntesis, válidas en la medida en que reflejan las aspiraciones de un pueblo en un tiempo determinado. Por ello, hemos llegado hoy a una cuarta etapa de la transformación nacional, que habrá de confluir en una síntesis de la realidad de nuestro tiempo y de la voluntad popular. Este es el mejor homenaje que podemos rendir a Emiliano Zapata”.

Por su parte, López Obrador retomó su línea principal de relato de la historia nacional: tres transformaciones principales (la independencia, la reforma y la revolución mexicana) coronadas por la cuarta y última encabezada por su gobierno. En este racconto López Obrador nombra a Madero y explica que el problema entre él -“el apóstol de la democracia”- y Zapata tuvo que ver con “gente que no quería la justicia social y por circunstancia de distinta índole no se logró ese acuerdo”. A su vez, explica aquel episodio en que Madero -siendo ya presidente- le ofrece tierras a Zapata “por los servicios a la revolución” y lo describe como un acto ingenuo -“ya que al venir del norte no entendía la comunidad agraria”- y no como una ofensa o como un intento de compra de su voluntad.

A casi un mes y medio del asesinato del líder indígena, sin ningún esclarecimiento del caso y con una aparente justificación -u omisión- por parte del Estado[2] de dicho suceso, López Obrador retomó en su discurso la justicia como su principal bandera, además de nombrar los planes sociales que ya se habían implementado en Morelos como un mecanismo de distracción para la audiencia o de balanza económica que inclinaba la narración hacia una aprobación integral de su gestión.

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Entre los artículos y entrevistas que algunos intelectuales hegemónicos aportaron a este debate, resaltan Javier Garciadiego, Felipe Ávila y Pedro Salmerón (actual director del INEHRM). El primero abocado en defender la figura de Venustiano Carranza y en la no responsabilidad de éste frente al asesinato de Zapata. Según él, la culpa fue del mismo Zapata y su debilidad -producto de una mala estrategia y de una epidemia mortal sobre la población morelense, negando que hubiese un plan sistemático por parte del Estado federal en atacar las comunidades zapatistas- al haberse entregado a las trampas de Guajardo:

“Hubo una traición horrenda, sí; pero la situación de debilidad del zapatismo es la que explica que Zapata haya aceptado negociaciones con Guajardo y no es con el único carrancista con quien estableció relaciones, ya había buscado meses antes a Cesáreo Castro, por ejemplo”, detalla.[3]

Felipe Ávila, en su intento de “desmitificación” del zapatismo, también incluye la debilidad estructural, de relaciones al interior del Ejército Libertador del Sur y problemas de índole moral, como las razones del decaimiento y fracaso del zapatismo.

Por su parte Salmerón -sosteniéndose sobre estos puntos- reafirma la culminación del Plan de Ayala en el gobierno de la Cuarta Transformación:

¿El actual gobierno se identifica con Zapata? Numerosos movimientos campesinos e indígenas dicen que no. Otros tantos dicen que sí. ¿Cómo resolverlo? Hay tres ofertas de campaña del actual Presidente: su compromiso con el Plan de Ayala del siglo XXI, su oferta de elevar a rango constitucional los acuerdos de San Andrés. La propuesta de revertir las contrarreformas al artículo 27… y otra: el compromiso de que no habrá megaproyectos sin la anuencia de las comunidades y los pueblos originarios… si vienen, se habrá resuelto, creo yo, la pregunta.[4]

Intelectuales críticos, como Francisco Pineda, optaron por aseverar que el asesinato de Zapata fue parte de un plan sistemático de aniquilamiento de la población civil de Morelos que comenzó con Francisco I. Madero y sus incursiones militares y continuó con la dictadura de Huerta y principalmente con las invasiones carrancistas, que se correspondieron con un genocidio que llegó en parte a terminar con la mitad de los habitantes de ese estado. Teoría que va contra el discurso oficial que aminora la responsabilidad de Carranza e intenta reubicarlo nuevamente en el panteón revolucionario, donde todos confluyen “a pesar de sus diferencias”:

Los carrancistas decían que Zapata tuvo una vida miserable y vulgar, y por su cretinismo congénito y por su inferioridad mental, fue simplemente un bandolero, un criminal, un azote maldito de su propia tierra natal. Ese es el pensamiento racista que guió las operaciones genocidas del carrancismo. Tampoco se puede explicar el genocidio sin el apoyo militar de Estados Unidos. Estados Unidos apoyó las operaciones de Carranza, por ejemplo, con la invasión a Chihuahua. 35 mil soldados estadounidenses entraron a México, invadieron México, y 150 mil más que estuvieron desplegados en la frontera, que eran de la Guardia Nacional, modelo imperialista y contrarrevolucionario. Esta invasión le permitió al Gobierno de Carranza trasladar fuerzas del norte para invadir Morelos y hacer el genocidio. Hay gente que dice que no existió eso. Los historiadores del carrancismo dicen: no, eso no existió, pero no dicen sus fuentes. Hay que ver los archivos, donde se concentraron informes militares semanales.[5]

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Analizar estas miradas nos permite entender el abanico de argumentaciones que sostienen el discurso oficial y sus críticas, fundadas en fuentes primarias. Leer la historia desde este prisma debe empujarnos a considerarla, siempre y en particular en este nuevo ciclo político que busca legitimación constante a través de la apariencia de las “nuevas formas”, como un arma de construcción de sentidos comunes dominantes que sostienen una manera particular de pensar las posibilidades de una verdadera transformación: si aquel mito fundante del movimiento revolucionario, campesino y popular, que encabezó Zapata estaba destinado a fracasar (por su debilidades, por sus intrigas internas, por su incapacidad militar) ¿qué posibilidades existen en el presente de que vuelva a suceder una revolución?

El discurso oficial dice: no hace falta pensar en eso porque la revolución actual es la Cuarta Transformación, en ella se cumplen los ideales de Zapata. Dentro de este espectro hay posiciones más conservadoras, como las que están teñidas por un racismo velado: la incapacidad de los pueblos para organizarse y pensar estratégicamente.

Sin embargo, a pesar de todo esto, el actual gobierno no pudo, como antaño haría Salinas de Gortari, apropiarse de la figura de Zapata como estaba planeado. Los sucesos de febrero y marzo dieron pie a que la memoria rebelde del zapatismo reaparezca con fuerza impidiéndole al Estado hacerse del discurso y el territorio morelense en relación a la revolución. La ausencia del Estado en Chinameca y la presencia allí de expresiones diversas dentro del movimiento social, dieron cuenta de ello.

Epílogo.
Zapata como un fantasma indomable

Los pueblos y las comunidades, especialmente los pueblos del sur donde tuvo su base social la causa zapatista, tienen muy claro por qué Zapata fue y sigue siendo la semilla de la cual brotan las raíces de la revolución que aún no hemos conquistado, y lo tienen muy claro dado que la lucha que sostuvo el Ejército Libertador del Sur entre 1911 y 1919 al mando de Emiliano Zapata representó para los pueblos por primera vez en su historia una posibilidad de triunfo, fue un suspiro en la historia de México que mostró las posibilidades que tenían las comunidades al organizarse y plantear sus propias leyes, la repartición de sus recursos de forma justa, de organizar la producción industrial incluso. De ser partícipes de su destino.

Y para estos mismos pueblos Zapata es una figura en la cual se reflejan y reconocen las mismas dolencias, ven el grado de racismo, desigualdad, olvido al que se enfrentó en la lucha revolucionaria; ven el azote del hacendado quien sigue gozando del producto de su trabajo. Zapata representa los más altos valores de dignidad y honestidad de una clase oprimida que en un principio se reducía al campesinado de los estados aledaños a Morelos y que poco a poco fue creciendo e incorporando a muchos otros sectores.

Así como paso con el Che, la imagen de Zapata se ha visto poco a poco y mañosamente llegar al medio publicitario, representando un objeto de consumo ajustado a la dominación: reducción del movimiento revolucionario a una sola persona, imagen de virilidad del hombre mexicano, cultura alcohólica y violenta de los sectores populares. Y así se fue construyendo un discurso común, un sentido común, que no olvidaba el pasado revolucionario, pero que lo desdibujaba acorde a la representación simbólica del poder. Las maniobras pueden parecer obvias, aunque los objetivos y las consecuencias no.

Las cuestiones en torno al poder, la subestimación de la capacidad estratégica político-militar de los pueblos y la violencia, han sido unos de los principales elementos sobre los cuales se ha construido la misitificación de la revolución del sur y por ende de Emiliano Zapata. Esa tarea nos toca a quienes desafiamos actualmente el orden imperante, porque los símbolos del poder actual no son meros detalles de la dominación sino un componente esencial de las formas que adquiere la cultura, que no es otra cosa que la manera de entender el mundo. Si comprendemos que las transformaciones son producto de la vocación política, crítica, popular de una sociedad que lucha por cambiar el orden de cosas, entonces sabemos que la historia, el pasado que crea posibilidades, que alimenta la imaginación, es un campo de disputa abierto y una arma de la revolución.

[1]                 En relación al texto de Francisco Pineda Gómez.

[2]                  En la mañana del 20 de febrero, tras la confirmación de la muerte de Samir Flores, en su conferencia de prensa matutinas, López Obrador aseguró que dicho asesinato quería manchar e impedir el proceder de la consulta por la Termoeléctrica y que la misma iba a continuar: “Es un crimen vil, cobarde, vamos a investigar para que se esclarezca este crimen y vamos a seguir con la consulta porque no sabemos con qué intención se cometió este crimen, a lo mejor, entre las posibilidades era afectar la realización de la consulta”

[3]                 “Carranza no ordenó exterminar a los zapatistas”, Crónica, Entrevista, 9 de abril de 2019: http://www.cronica.com.mx/notas/2019/1115732.html

[4]                 “Discutir a Zapata, vivo”,La Jornada, Opinión, 16 de abril de 2019: https://www.jornada.com.mx/2019/04/16/opinion/018a1pol

[5]                 “Hace 100 años hubo genocidio en México y hoy hay otro; en ambos, EU metió mano, dice Pineda Gómez”, Sin embargo MX, 27 de abril de 2019: https://www.sinembargo.mx/27-04-2019/3570774

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